jueves, 27 de octubre de 2011

'El intelectual melancólico', de Jordi Gracia



POR LO QUE PUEDA VENIR

El intelectual melancólico. Un panfleto
Jordi Gracia
Anagrama. Barcelona, 2011. 104 páginas.

En ese homenaje al sentido común titulado La flecha en el aire (Barcelona, Debate, 2o11), Ismael Grasa desconfía con razón del término “intelectual” (p. 46), y después defiende que "Paradójicamente […] el intelectual es a menudo una figura que acaba yendo contra los libros, porque en ellos ve reflejado su fracaso vital. Se traspasa al concepto de cierto antihéroe moderno, el hombre al que la cultura ha conducido a la indefinición, la amargura o el cinismo" (p. 91).
Son líneas que podrían leerse en este autodefinido “panfleto” con el que Jordi Gracia abre una nueva senda en su obra: siempre dentro del ensayo, de la crítica, pero con una vivacidad y una soltura a veces felizmente insolente que lo acercan al registro de sus reseñas de novedades literarias. Lo que leemos en estas cien páginas de arrebato no es en absoluto un análisis de la figura del intelectual, sino un retrato de ese aún no anciano pero ya crepuscular hombre de cultura que vaga decepcionado y resentido con el a su juicio insuficiente eco o aplauso que han recibido sus cosas, cuando hubiesen merecido mucho más clamor y permanencia en la memoria colectiva… (aunque, según acaba de observar Ernesto Schoo, la “única forma posible de inmortalidad” es “ingresar en el imaginario ciudadano”, y eso es algo casi inalcanzable para un escritor: en Mi Buenos Aires querido, Valencia, Pre-Textos, 2o11, p. 96).
No sé si Gracia estaba pensando en alguien concreto cuando escribió este menosprecio de la exaltación sistemática del pasado, esta decidida alabanza del futuro, pero no importa: es alguien que, educado en la España de los 50, desprecia Internet, irracionalmente convencido de que incluso eso era mejor antaño, y que lamenta el arrinconamiento de los clásicos griegos y latinos sin entender que casi todos aquellos escribieron lo que escribieron precisamente a favor de la curiosidad y la sabiduría activa y no nostálgica, para proclamar ese maravilloso "programa fundamental: hacer más feliz el presente" (p. 68).
Aunque Gracia también considera una desgracia el debilitamiento y desprotección social de las humanidades, creo que a veces peca de lo contrario de su intelectual melancólico y se muestra optimista en exceso con algunos artificios del futuro. No se puede negar que inevitablemente se van secando algunas fuentes, y aunque creo que lo que viene es siempre naturalmente mejor que lo que fue, y que el porvenir colectivo es siempre sinónimo de mejora e ilusión (el libro es, básicamente, una decidida refutación del “cualquiera tiempo pasado fue mejor”), el alejamiento de la tradición y de la naturaleza no deja de tener consecuencias preocupantes.
Pero el libro brilla también en la glosa a Steiner (pp. 30-35), en el modo en el que el autor incorpora las lecciones de las lecturas que se le cruzaron mientras redactaba lo suyo (las memorias de Tony Judt son más oportunas que el excelente libro de Roger Griffin, porque esta vez no estábamos hablando de fascismo), y, especialmente, al observar que “en la melancolía anida una impaciencia violenta y en ella crece una máquina de rencor contra el atropello del presente que padece el intelectual sensible” (p. 29).


[Ésta es la versión menos mala de la reseña aparecida ayer en Artes & Letras [Heraldo de Aragón], nº 354 (27 de octubre de 2o11), p. 3]

viernes, 14 de octubre de 2011

'Deshielo a mediodía', de Tomas Tranströmer




Deshielo a mediodía
Tomas Tranströmer

Traducción de Roberto Mascaró.
Nórdica Libros. Madrid, 2011. 218 páginas.

En su diarístico Autorretrato con radiador (Madrid, Árdora, 2oo6), el francés Christian Bobin, poco antes de comprender que "lo que encuentro es mil veces más bello que lo que busco" (p. 81), ha descubierto a un nuevo poeta, a quien no nombra, y se lanza a hacer un inventario muy íntimo: "Vamos a ver: ¿qué es lo que de verdad me trae al mundo, o mejor me vuelve a traer al mundo, ya que soy proclive a dejarlo continuamente?". Entre las únicas tres cosas que considera esa mañana de domingo, la menos melosa es "la lectura de un poeta sueco (una página, no más)". Por la tarde, en cambio, está ya del todo rendido tras haber continuado la lectura de esos versos: "Ya por dos veces me ha devuelto a la vida. Podría por lo menos, por cortesía, citar su nombre: Tomas (sin h) Tranströmer. Poeta sueco. La reseña dice que es psicólogo de profesión, que todavía vive, que en 1990 se volvió afásico. A veces uno de sus poemas viene a aletear a la altura de mis ojos, me da de comer con su pico y después se va, recuperado por la oscuridad de donde salía, de donde él saca su alimento –y por añadidura el mío" (pp. 49-50).
La segunda noticia llegó en abril de 2009, en una intervención del poeta chino Bei Dao en la Residencia de Estudiantes. Preguntado por los poetas contemporáneos que le interesaban, Dao afirmó que en verdad sólo admiraba entre los vivos al sueco Tranströmer. Fue entonces el momento de investigar y de enterarse de que en 1992 la editorial Hiperión había publicado la antología Para vivos y muertos, tres años después de su aparición en Suecia, y en versión de Roberto Mascaró y el zaragozano Francisco J. Uriz. Ese libro llevaba mucho tiempo agotado, así que hubo que recordar los cuatro poemas de Tranströmer que Uriz incluyó en Poesía Nórdica (Ediciones de la Torre, 1999), pero poco después se anunció que no quedaba mucho para que Nórdica Libros, tras el éxito de Entre luz y oscuridad de Harry Martinson, publicase una antología de la obra de aquel silencioso psicólogo poeta.
Ese libro se publicó en febrero de 2010 traducido por Mascaró y con el envidiable título de El cielo a medio hacer (que es también el de uno de los libros antologados), y, si bien en su día defendí en estas páginas que el libro de Martinson fue tal vez el mejor libro de poesía publicado en España a lo largo de 2009, no hay duda de que el de Tranströmer fue uno de los mejores de 2010, a pesar de ser lanzados ambos por una editorial no especializada en la publicación de versos (aunque sí es la más activa y tenaz en ese género entre todas esas editoriales todavía jóvenes pero ya imprescindibles que surgieron hace unos cinco años: han publicado ediciones ilustradas de Baudelaire, Verlaine y Rimbaud, de La leyenda de Fatumeh del también sueco Gunnar Ekelöf y de Sin contar, una serie de miniaturas de W.G. Sebald que yo considero rotundamente poéticas).
Prologado con brillantez por Carlos Pardo, El cielo a medio hacer contenía un buen puñado de poemas extraordinarios (“Cara a cara”, “Llanura estival”, “Mayo tardío”, “Noche de diciembre ‘72”…) e incluía además, casi como apéndice, Visión de la memoria, el inacabado y estupendo libro de recuerdos del autor). Ahora, año y medio después, y de nuevo en versión en Mascaró (aunque esta vez en edición bilingüe), ve la luz Deshielo a mediodía, que recupera lo poco que quedó fuera en el anterior y completa, por tanto, la reunión de toda la poesía de Tranströmer en nuestro idioma. Tal vez, dado que su obra no es precisamente extensa, hubiese sido mejor publicarla entera desde el principio, en un solo volumen, y que cada lector hiciese su selección. De este modo, lo que tenemos ahora son dos libros parciales que recogen cronológicamente poemas de todos los títulos del poeta: en uno están los mejores y en el otro los demás, así que si aquél era un libro maravilloso, imprescindible en cualquier biblioteca de poesía, por pequeña que sea, éste se ha de conformar con ser “sólo” muy bueno.
La expectación y el apetito de más que produjo El cielo a medio hacer justifica la aparición de Deshielo a mediodía, que ha coincidido además con la feliz y justa concesión del Premio Nobel de literatura a Tranströmer la semana pasada. Existe, por tanto, el riesgo de que miles de curiosos que quieran acercarse al nuevo premiado comiencen por este libro más reciente y visible, aunque en él también van a encontrar páginas excelentes e intuiciones geniales, a veces en forma de haiku. Pero hay de todo: poemas sociales, poemas históricos, homenajes, poemas sobre arte, muchos sobre música, detalles surrealistas… Todo inspira movimiento, agitación, actividad, incluso las cosas inanimadas. Todo va cambiando, incluso el silencio. Todo está en tránsito, incluso la muerte. “Un puente es construido / lentamente: / derecho hacia el espacio” (p. 205).


(reseña publicada en 'Artes & Letras' ['Heraldo de Aragón'], nº 352 (13 de octubre de 2o11), p. 8)